Por Sandra Naranjo Bautista
Crecí en un país ‘en vía de desarrollo’ y era escéptica del poder transformador del gobierno. La mala calidad o ausencia, en muchos casos, de servicios gubernamentales contribuían a mis dudas sobre la posibilidad de tener un impacto desde el sector público. En aquel entonces, mi país atravesaba diez años de inestabilidad política y económica. Durante ese período, tuvimos siete presidentes, tres de los cuales fueron elegidos democráticamente pero no terminaron su mandato constitucional debido al descontento popular. Hablar de la capacidad del Estado parecía una utopía. Ese sentimiento probablemente no sea diferente en otros países. De hecho, la situación podría ser aún más desalentadora.
El Índice de Capacidad Estatal 2012 midió la capacidad estatal de 102 países y la capacidad de aumentar su capacidad inicial en un período de 16 años. Sólo ocho países fueron clasificados como de capacidad “fuerte”. El doble, 17, fueron considerados estados “frágiles”. La población de estos estados ‘frágiles’ es mucho mayor, lo que implica que la vida de 500 millones de personas se ve afectada por las ineficiencias de estos gobiernos. Al ritmo actual de crecimiento de la capacidad estatal de estos ‘estados frágiles’, básicamente les tomaría una ‘eternidad’ alcanzar una capacidad promedio. Pero incluso para aquellos en mejores condiciones, podría llevar cientos o incluso miles de años alcanzar un nivel medio de capacidad. Es urgente actuar y hacer las cosas de manera distinta; la población debe estar consciente del poder transformador del gobierno.
No hay reemplazo para el estado, por lo tanto, mejorar la capacidad de funcionamiento de los gobiernos no es una opción sino un imperativo. Incluso cuando los recursos financieros no son una limitación, un estado débil no podrá aprovechar esos recursos de manera efectiva para el bienestar de la mayoría de su población. A veces, se cree que reemplazar al ‘estado ineficiente’ con organizaciones internacionales, el mercado u ONGs que trabajan en paralelo del gobierno, podría ser una solución. Incluso si fuera cierto a corto plazo, no sería una solución sostenible en el largo plazo. Cuando las medidas parche aplicadas por organismos no gubernamentales terminan, volvemos a cero, un Estado que no funciona y es incapaz de proporcionar servicios a sus ciudadanos.
Haití es un buen ejemplo del hecho de que no hay sustituto para el estado. Antes del terremoto de 2010, Haití ya era el país más pobre del hemisferio occidental y tenía una capacidad estatal muy débil. Tras el impacto, se desembolsaron cerca de 6.000 millones de dólares en ayuda oficial a Haití. Esto es casi equivalente al PIB total del país en ese momento. La mitad de esas contribuciones se destinaron a ONGs. El gobierno recibió solo el uno por ciento de la ayuda humanitaria y entre el 15 y el 21 por ciento de la ayuda humanitaria de largo plazo. “ONGs y contratistas privados se convirtieron en un estado paralelo más poderoso que el propio gobierno”, de acuerdo con un documento de política de 2012 publicado por el Center of Global Development. Estas organizaciones no gubernamentales y contratistas proporcionaron infraestructura y servicios sociales con una responsabilidad muy limitada.
En inversión de capital, el Banco Internacional de Desarrollo (BID) se convirtió en el principal donante después de Estados Unidos, con donaciones de 1.200 millones de dólares entre 2011 y 2015. En una evaluación de la estrategia del BID en Haití, la Oficina de Evaluación y Supervisión del BID reconoce que, al igual que otros organismos internacionales, los recursos no se programaron sistemáticamente en el proceso de planificación presupuestaria del país. Si bien podría haber sido necesario en cierto momento, el informe sugiere que la nueva estrategia de país a cinco años debería centrarse en los problemas estructurales del país, como la construcción de la capacidad institucional a largo plazo de Haití.
No hay otra organización que tenga la capacidad de un gobierno para impactar la vida de millones de personas. Cuando las políticas públicas se diseñan e implementan de manera responsable y honesta, el poder de transformación es enorme. Para lograrlo, como en cualquier organización, las instituciones públicas también requieren una búsqueda constante de eficiencia e innovación. Es necesario monitorear y evaluar las acciones para asegurar que se alcancen los objetivos y resultados. Quizás sea cierto que la mejor manera de crear gobiernos exitosos es resolviendo problemas. Sin embargo, eso también requiere desarrollar la capacidad del estado desde adentro, un proceso de transformación organizacional, para sostener los cambios a largo plazo.
Este blog también fue publicado por IMAGO